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La música que suena en la calle

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Un vibrante recorrido por el Centro nos introduce en ese aire musical que respira cada esquina.
En la esquina de Junín con la Playa, del lado occidental, suele hacerse una mujer que parece invidente. Es una artista de la calle. Tiene un número musical. ¿Qué hace? Toca una guitarrita y canta. Se la ve allí en las tardes y en la noche temprana. Más allá, por el mismo Junín, un viejito rasca una guacharaca. Son lo los músicos callejeros más antiguos del sector. La retina del transeúnte, esa especie de álbum fotográfico de la ciudad, los retrata allí hace lustros.

Sus instrumentos modestos y desvencijados no pueden compararse con la estampa y el lujo del saxo del saxofonista ocasional que se estaciona en el mismo Junín, junto al Coltejer, no. En esto de la parafernalia musical también existen distingos de clase. Lo mismo en la calidad de la ejecución: la invidente y el abuelito regalan el oído tonadas sencillas y toscas, mientras que el del saxo descresta con un amplio repertorio del folclor colombiano.

No sé por qué, pero la guitarra machacona y la voz destemplada de la cieguita se me hacen más amables que las elegantes florituras del saxofonista o la exquisita sonoridad de la banda de música andina que acostumbra tocar en la Playa, cerca del edificio la Ceiba. A estos hijos del altiplano solemos verlos en el parque Berrío.

No se entiende mucho lo que cantan, sin embargo, los sonidos que el ancianito de la guacharaca y la invidente nos ofrecen tienen un no sé qué de entrañable. Quizás el bálsamo de la nostalgia, los limpios bagazos de la vida.

II
En una fiesta del Caribe nos sumerge el saxofonista que hizo suya la esquina de la Oriental con la Playa. El atuendo colorido resalta su tez de bronce y su expresión sandunguera. Cuando ese hombre está allí parece abrirse un boquete de jolgorio en el monótono discurrir de la calle. Y sentimos el mar, la brisa y la danza del cocotero.

Parece un músico profesional, quizás con pergaminos, pero su condición de mendigo lo empareja con la vasta ralea. Y en ello hay valor, pero también afrenta. Porque el ojo del congénere no ve con nobleza al músico de calle. Al contrario, las más de las veces lo considera un pordiosero, un derrotado.

Estamos engañados, porque de todo puede hacer detrito esta sociedad, menos de la música. En toda expresión musical, por elemental que sea, habita el dios. El rapero en el bus o la estilizada melodía del metro, los guascas en los parques o los roqueros en las terrazas, tienden un puente de luz hacia otra cosa. Cada vez más nutridas, las muchedumbres pasan al frente de la cieguita y del ancianito; algunos de los que los han visto allí quizás hayan adivinado en ellos una esencia distinta a la de la transacción mercenaria de una moneda por una canción. Tal vez hayan meditado en esas figuras míticas de las que nos habla la Historia, en las esfinges y los oráculos. Que en las culturas más antiguas los ciegos y los ancianos siempre han sido referentes de sabiduría y sacralidad.

III
Y esa música plebeya, la del Parque Berrío, con los guascas, con las guitarras en dúos o tríos, y esas voces sabrosas, de hombres y mujeres añosos, cantantes del rebusque; voces sazonadas con la sal de la experiencia, de las penurias; animado espectáculo del gentío convocado por la música popular. Se prende el baile. Pásate una nochecita por allí. Verás un entrevero impresionante.

En el Parque de Bolívar hallas música, quizás más. De esa música urbana que mendiga monedas y que tan buenos ratos hace pasar al desprevenido caminante. Felicidad barata, al alcance de la mano. Contrabandea energía, conecta tu amplificador y toca tu guitarra. Dale a la gente el elíxir de Pan.

Carabobo es otro paraje con músicos. Sobre todo en la parte del paseo peatonal, desde Plaza Botero hasta la Alpujarra. Cosas de gran virtuosismo, al lado de perfiles humildes, chapuceros, la guitarrita rota y el acordeón triste. Por ahí sí que se parquean músicos de calle de toda índole.

Los músicos se adueñan de las banquitas desperdigadas y vetean el pandemonio con el color de las notas. La 70, desde que te interese un grupo vallenato o un mariachi. Y el bus urbano, donde el rap y la canción de Arjona se enhebran al aire llanero y a la ranchera.

IV
Ese trozo de música está ahí, inapelable. Es consustancial al hombre. El músico de calle cumple el cometido sagrado de recordarlo. Platón hablaba de las ideas primigenias, de las que todo lo demás es simulacro. La música es uno de esos arquetipos universales.

En Junín se les ve todavía, a la cieguita y al viejecillo. La ciudad tiene gran oferta musical, desde la sala brillante donde se te brinda un Bach o el estadio donde se te trae a la estrella del pop.

Hay música en todas partes. La radio acompaña a los conductores, a amas de casa, obreros y a estudiantes. Está en negocios y talleres. Hay música hasta en los funerales, es de la cultura del pueblo enterrar a sus deudos sonando las canciones amadas.

Esta urbe que se repleta, se aturde y se desangra, también vibra con la música. El trabajador informal que se sube al bus a cantar jamás se baja sin una moneda, tiene garantizado un salario al día.

Nos quejamos de la escasez de dinero, pero abarrotamos los escenarios donde se presentan los músicos. La música es parte de ese opio necesario, de ese emplasto por el cual resistimos las brutales embestidas de esta sociedad.
CLAVES
PARA QUE SEPA DÓNDE UBICAR LOS MÚSICOS

1. La Avenida Oriental con La Playa es el sitio de mayor concurrencia de ciudadanos en Centro.

2. Carabobo y Junín son pasajes peatonales donde se puede disfrutar de estos músicos con tranquilidad.

3. Al parque Berrío se le conoce como el corazón del Centro. El metro tiene estación allí.

4. La carrera 70, desde Colombia hasta la UPB, es corredor para buscar serenateros.


ANÉCDOTA
NADIE BAJA DEL BUS SIN UNA MONEDA
Cada vez somos más receptivos con el trabajador informal que se sube al bus a cantar. Jamás se baja sin una moneda. Como en un acuerdo tácito entre los pasajeros, ratificado por la experiencia, la tacañería no prevalece, al menos uno salva el honor...

Así que, la próxima vez, ten una mirada indulgente, un gesto cortés, laxo el bolsillo, con el menesteroso guitarrista que invocará tu atención en el bus y distraerá tus pensamientos, acaso tus preocupaciones cantando una canción, pidiéndote una moneda. Se todavía más generoso si se trata de la cieguita y el viejecillo de Junín.

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