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Les cambiaron la vida en tres días

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La ejemplar historia de estudiantes y profesionales que transforman ranchos en casas.
No importó que fuera puente ni que precisamente en los tres días que van arreciara la lluvia: un grupo de universitarios y jóvenes profesionales de Medellín se la ha pasado, desde el viernes, tragando barro y agua en algunas laderas construyendo casas.

Viviendas que no son para ellos sino para algunas familias de estratos humildes, 28 en total, de los barrios Manantiales de Paz y Altos de Oriente, en jurisdicción de Bello.

La invitación se las hizo la fundación Un techo para mi país, que realiza trabajo social en algunos sectores, específicamente en los dos barrios mencionados y en Altos de la Torre, en la Comuna 8 de Medellín, sitios donde habitan especialmente desplazados y personas que casi nada tienen, solo ranchos que mezclan tablas, costales y plásticos.

"Hicimos la convocatoria para que quienes quisieran se inscribieran para llegar a construir estas casas, fue muy buena la respuesta, aún no hay un dato de cuántos, pero se va a poder cumplir el propósito de construir las 28 viviendas", relató Julieta Páez , estudiante de microbiología en la U. de A. y voluntaria de Un techo para mi país desde agosto de 2011, cuando la fundación regresó a Medellín.

Viviendas de emergencia
Aunque parezca inverosímil, el hecho es real. En estos tres días de puente más el viernes, los voluntarios deben dejar paradas y habitables las 28 casas. Son viviendas en madera enclavadas en pilotes y con piso también de madera que emergen en el mismo sitio donde estaban cartones, costales, plásticos y una que otra tabla en mal estado.

"Aunque sean de emergencia o transitorias tienen una vida útil de diez años y sólo las hacemos donde el terreno es de alto riesgo mitigable, porque no podemos poner en peligro la vida de una familia, todo es muy analizado", explicó Alejandra Ibarra , otra de las voluntarias, estudiante de economía en Eafit.

Adolfo se la luchó
Uno de los beneficiarios más felices con la jornada fue Adolfo Castillo , quien habita en Manantiales de Paz hace dos años, después de rodar por otros lugares montañosos de Medellín pagando arriendos imposibles e intentando olvidar el pasado de dolor que vivió cuando tuvo que huir de Algeciras, Huila, por amenazas de la guerrilla.

"Yo vivía con cuatro hijos y tuve que salir corriendo. Me vine a Medellín y empecé a vender cosas en la calle, me amañé y fui por mis hijos", cuenta Adolfo, que ya tiene una mujer que lo acompaña para criar a sus pequeños.

Hasta ayer, esta familia habitaba en un rancho endeble, pero hoy Adolfo y sus hijos despertaron en una casa digna, donde ya no se les cuela el agua cuando llueve ni las tablas caerán con el aguacero.

Como tiene una cría de aves ponedoras, jocosamente dice que "hasta las gallinas se salvaron de ahogarse", porque en el corral estaban prácticamente a la intemperie.

Un techo para mi país no los dejará con la simple casa. Los meses que siguen acompañará a estas familias hasta verles el progreso, "hasta que sean autosuficientes", dice María Camila Uribe , voluntaria y estudiante de instrumentación quirúrgica en la Universidad de Antioquia.
ANTECEDENTES
LA FUNDACIÓN NACIÓ EN CHILE EN 1997
Un techo para mi país nace en chile en 1997 en el pueblo de Curanilahue, donde el padre Felipe Berríos y un grupo de estudiantes voluntarios fueron a construir una capilla. Pero estando allí, notaron la precariedad de las viviendas que habitaban los pobladores y vieron la necesidad de denunciar el problema y además emprender la ayuda solidaria. Así nació la fundación, que hoy está en 19 países de América Latina. En Colombia está desde 2007 en Bogotá, Cali y Medellín. De esta capital se ausentó un tiempo, pero regresó el año pasado para continuar su labor. Y anuncia instalarse en Barranquilla próximamente.
LA MICROHISTORIA
CLARA Y CARLOS, POR LA DIGNIDAD
Hacía muchos años el matrimonio de Clara Tabares y Carlos Colorado no vivía un día tan feliz como el de ayer. Y es que ayer vieron cristalizarse el sueño de una casa digna, por el que lucharon toda la vida con los mínimos recursos, los propios de quien vive del rebusque, de lo que resulte. Ellos, como el resto de familias beneficiadas en la jornada, trabajaron junto con los voluntarios y muy rápidamente vieron cómo de su desvencijado rancho surgió de repente una vivienda. "Yo tenía casita en un lote, pero un derrumbe se la llevó", comentó Carlos. Ayer, la generosidad de unos estudiantes les devolvió la dignidad. Ya tienen casa.

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