Un recorrido por la ciudad de las cosas imposibles, sórdidas, divertidas, inadvertidas.
Medellín es una ciudad rodeada por montañas, atravesada por un río, de la cual dicen que vive una primavera congelada en el tiempo. Pero además?
Es una ciudad que se mueve entre el frío de los bosques montanos húmedos a 2.450 metros sobre el nivel del mar y el calor del Valle del Río Cauca; de atardeceres soñados y cerros que de cuando en cuando se deslizan sobre los techos de los ranchos.
Bien se sabe desde tiempos perdidos que aquí se consumen cantidades sorprendentes de maíz, producto que todavía se cultiva en estas tierras, además de café, caña, plátano, frijol, yuca, cebolla, tomate, zanahoria y papa.
Medellín es una ciudad de contrastes y lomas. Unas son fastuosas, por las que suben automóviles recién brillados y veloces; otras aun más empinadas y desprovistas de carreteras.
Es también una ciudad donde los hombres salen y a veces no regresan, herida por la violencia y la desigualdad. En Colombia, un país inicuo, tiene el primer puesto en el ranking de las ciudades más desiguales, pero pocos lo saben. Y los que lo saben no lo gritan.
Este es un lugar al que anualmente llegan, en promedio, tres circos, varios grupos de pericos ruidosos y por lo menos dos fuertes temporadas de lluvias.
16 comunas, 5 corregimientos -uno de ellos, Altavista, devorado por las canteras-, 52 veredas e incontables barrios componen su cuerpo, una cuadrícula rojiza al norte, de edificios cada vez más altos al sur.
En Medellín se cuentan 25 discotecas y 35 bares gay, 21 saunas públicos y 102 moteles donde los amantes, motivados por la decoración, van a jugar a la jungla, a la japonesa o a la mexicana.
Limita con municipios vecinos a los cuales se llega a la velocidad del zapping , mientras otros como Angelópolis, Heliconia y Ebéjico apenas aparecen en el mapa.
Un lugar donde viven fakires, encapuchados, adivinos, muchísimos hoppers y travestis se mueve al ritmo bipolar de una ciudad pequeña o un pueblo crecido que gira alrededor del parque fundacional. Allí, al lado de la Gorda, se empuña la guitarra, canta el pueblo añorando el campo y se baila la guasca sobre botines puntudos.
En sus calles se pueden ver clubes de ajedrez y edificios de tendencias tan distintas como el art noveu y el marinillo posmoderno, clasificación esta del experto Luis Fernando González.
Una de sus calles más calientes se llama Barbacoas, donde el olor del incienso que sale de las tiendas religiosas se funde con las volutas de bazuco.
Como todas las urbes, Medellín es una ciudad de encuentros involuntarios, de cafés y librerías, de parques y 'plazas', de muchas salas de cine y pocas películas, de centros comerciales y panaderías, de fútbol rojiverde, donde hay casi tantos "Pare" despintados como conductores irritados con las fotomultas.
También de mensajes escritos en las paredes. "Nuestros sueños no caben en sus urnas", dice uno que se esconde bajo un puente, como los sintecho.
Es también una ciudad de fronteras: invisibles, visibles, simbólicas, físicas, aéreas. En los últimos diez años, nueve aeronaves trasgredieron esta última y se precipitaron a tierra.
En Medellín se cuentan infinitas cifras y se dicen muchos chismes. Hay montones de guayacanes, canchas de fútbol improvisadas, una iglesia que se la están fumando, por lo menos un sociolecto propio llamado parlache y corredores de bolsa que pasan el día jugando a la ruleta capitalista mientras frente a las ventanas de sus oficinas resplandecen los neones del casino.
Medellín es una ciudad rodeada por montañas, atravesada por un río, de la cual dicen que vive una primavera congelada en el tiempo. Pero además?
Es una ciudad que se mueve entre el frío de los bosques montanos húmedos a 2.450 metros sobre el nivel del mar y el calor del Valle del Río Cauca; de atardeceres soñados y cerros que de cuando en cuando se deslizan sobre los techos de los ranchos.
Bien se sabe desde tiempos perdidos que aquí se consumen cantidades sorprendentes de maíz, producto que todavía se cultiva en estas tierras, además de café, caña, plátano, frijol, yuca, cebolla, tomate, zanahoria y papa.
Medellín es una ciudad de contrastes y lomas. Unas son fastuosas, por las que suben automóviles recién brillados y veloces; otras aun más empinadas y desprovistas de carreteras.
Es también una ciudad donde los hombres salen y a veces no regresan, herida por la violencia y la desigualdad. En Colombia, un país inicuo, tiene el primer puesto en el ranking de las ciudades más desiguales, pero pocos lo saben. Y los que lo saben no lo gritan.
Este es un lugar al que anualmente llegan, en promedio, tres circos, varios grupos de pericos ruidosos y por lo menos dos fuertes temporadas de lluvias.
16 comunas, 5 corregimientos -uno de ellos, Altavista, devorado por las canteras-, 52 veredas e incontables barrios componen su cuerpo, una cuadrícula rojiza al norte, de edificios cada vez más altos al sur.
En Medellín se cuentan 25 discotecas y 35 bares gay, 21 saunas públicos y 102 moteles donde los amantes, motivados por la decoración, van a jugar a la jungla, a la japonesa o a la mexicana.
Limita con municipios vecinos a los cuales se llega a la velocidad del zapping , mientras otros como Angelópolis, Heliconia y Ebéjico apenas aparecen en el mapa.
Un lugar donde viven fakires, encapuchados, adivinos, muchísimos hoppers y travestis se mueve al ritmo bipolar de una ciudad pequeña o un pueblo crecido que gira alrededor del parque fundacional. Allí, al lado de la Gorda, se empuña la guitarra, canta el pueblo añorando el campo y se baila la guasca sobre botines puntudos.
En sus calles se pueden ver clubes de ajedrez y edificios de tendencias tan distintas como el art noveu y el marinillo posmoderno, clasificación esta del experto Luis Fernando González.
Una de sus calles más calientes se llama Barbacoas, donde el olor del incienso que sale de las tiendas religiosas se funde con las volutas de bazuco.
Como todas las urbes, Medellín es una ciudad de encuentros involuntarios, de cafés y librerías, de parques y 'plazas', de muchas salas de cine y pocas películas, de centros comerciales y panaderías, de fútbol rojiverde, donde hay casi tantos "Pare" despintados como conductores irritados con las fotomultas.
También de mensajes escritos en las paredes. "Nuestros sueños no caben en sus urnas", dice uno que se esconde bajo un puente, como los sintecho.
Es también una ciudad de fronteras: invisibles, visibles, simbólicas, físicas, aéreas. En los últimos diez años, nueve aeronaves trasgredieron esta última y se precipitaron a tierra.
En Medellín se cuentan infinitas cifras y se dicen muchos chismes. Hay montones de guayacanes, canchas de fútbol improvisadas, una iglesia que se la están fumando, por lo menos un sociolecto propio llamado parlache y corredores de bolsa que pasan el día jugando a la ruleta capitalista mientras frente a las ventanas de sus oficinas resplandecen los neones del casino.