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Progreso de Medellín no llega a sus campesinos

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EN LOS CINCO corregimientos, los habitantes de las veredas más alejadas ven a Medellín como el sito de sus vueltas, de las citas médicas y al que van, de vez en cuando, para pasear: turistas en su propio municipio, más agitado que sus oasis entre las montañas.
¿Qué hay detrás de esas montañas que se observan cuando a los ojos le da por contemplar las alturas? ¿Qué se mueve en esos caminos sin pavimento, que llevan a paraísos tan cercanos, pero a la vez tan marginados de la misma Medellín acelerada?

En los corregimientos habitan más de 209 mil personas y en el corazón de Altavista, San Antonio de Prado, San Cristóbal, Palmitas y Santa Elena cinco de sus veredas se constituyen como los territorios más alejados, más empapados de campo de esta ciudad que, finalmente, es en un 70 por ciento rural.

Entonces allí donde hay casas sin luz, sin agua potable y sin teléfono, existen también hombres y mujeres que trabajan la tierra, que crían animales, que recogen uchuvas del árbol para convidar, que invitan a pasar para tomarse un tinto, y que "bajan a Medellín" para trabajar, para hacer vueltas o, casi nunca, porque se abruman con tanto movimiento.

El Corazón, Astilleros, Boquerón, Urquitá y Piedras Blancas son veredas de aire fresco... la otra Medellín, la que no siente su progreso.
Contexto
Las veredas de los límites del mapa
San Antonio de Prado: Astilleros y la casa de 200 años que no tiene luz, pero sí mucha energía

En la casa de tapia, con un marco de flores de colores y paredes decoradas con reliquias familiares; el cuadro de la Santísima Trinidad, que protege de los ladrones, y del Corazón de Jesús, que no niega ni un milagro, tienen su sitio privilegiado.

Esa casa, de 200 años, que se ilumina con velas y caperuzas, en la que hay que bañarse con agua fría y con una cocina calientica, por el horno de leña, vive una parte de la familia Muñoz. La caminata de una hora y 10 minutos hasta donde pasa la buseta que los lleva al parque de San Antonio de Prado, no anima mucho a Blanca a salir y menos, "ir a Medellín", a donde solo acude una vez al año o cuando una visita médica la obliga.

Un chivero les puede cobrar hasta 40 mil pesos por trayecto. La truchera de los Muñoz, así le llaman al punto, en donde se puede acampar y comer un buen platillo. La cobertura del celular es deficiente y los 150 habitantes de Astilleros se quedaron sin los teléfonos inalámbricos que les habían adjudicado.

Anhelan, reconoce Gabriela Muñoz, una planta de tratamiento de agua, un centro de salud y más de tres horarios de paso del colectivo. Se sienten incomunicados, sí, pero su paraíso verde es impactante. Un gallo canta y Blanca nos despide con "la Virgen los acompañe".


San Cristóbal: vereda Boquerón
Metida en un hueco de suelos arados y con surcos listos para sembrar, Boquerón se deja ver desde una antigua Vía al Mar hecha oleaje por el pavimento hundido.

Hay cilantro, cebolla, zanahoria, mora y espinaca, pero como la tierra ya no deja mucho en los bolsillos, la situación económica para los cerca de 500 habitantes no es fácil. Después de varias gestiones, consiguieron un servicio de buseta cada dos horas. Hora y media les toma llegar a Medellín, pero Boquerón los atrae por la paz: se pueden dejar los animales sueltos y las puertas abiertas y no se pierde ni una olla, cuenta Esperanza Delgado. Cuando "la vía se apagó", reconoce, con la llegada del Túnel de Occidente, muchos de sus negocios se afectaron.

Les pavimentaron el acceso, pero si la principal se afecta más, se quedarían incomunicados. La casa de Hernando Cardona queda a 20 minutos de caminata del paso de la buseta. Cuando llueve, hacia Naranjal, una quebrada se crece y los deja sin paso. "Yo sí bajo a Medellín, pero me siento haciendo la del turista", dice su hermano, Augusto.


Santa Elena: Piedras Blancas
Su vereda se fue llenando de extraños y no es que les moleste que otros disfruten de ese paisaje verde y del parque Arví, sino que ahora conocen la inseguridad de la que poco habían experimentado. "Se nos perdió la tranquilidad, hay unos que no entienden que vivimos aquí", afirma Sandra Castrillón.

La hija de Jorge Londoño, que estudia en la vereda Mazo, camina 35 minutos hasta su escuela. Ya no viven de la cosecha, entonces este papá se dedica a la vigilancia, como muchos otros en Piedras Blancas.

Por el Camino Prehispánico, parte de las atracciones de Arví, aún viven familias a las que se les dificultó el acceso, porque no pueden ingresar carros. Desde un mirador, se siente un ruido, como el de un motor. "Ese es el sonido de la ciudad", reconoce Roberto Iral, que agrega que una necesidad vital es arreglar los accesos veredales.

Claudia Gutiérrez alimenta sus vacas y sugiere que de Arví se podrían beneficiar más los nativos. Roberto, aclara que no están allí de forma ilegal y que aman esa tierra, la de sus abuelos y en la que viven orgullosos.


El Corazón en Altavista
Para ir a la vereda El Corazón hay que dejar atrás la terminal de buses de Belencito y ascender. Por una calle, que carece de andén, baja Jesús López con sus botas y un costal al hombro. Cultiva una "tierrita en la que vive contento y bien". Como no hay iglesia, centro de salud ni un supermercado completo, acuden, cuenta Omaira Berrío, a los de la comuna 13.

Algunas veces, los afecta esa imagen de inseguridad que tiene el corregimiento, entonces "es más fácil conseguir la plata, que el taxista que nos suba". Pero reconoce que es un buen vividero, al que habría que impulsarle más lo agrícola y enamorar a los jóvenes de la tierra.

En la casa de María Nubia Calle secan unos granos de café. La vista desde el corredor regala una panorámica de Medellín que su familia disfruta, "sin polución y con tranquilidad".

No es lo mismo, le complementa María Elena Álvarez, "vivir aquí arriba y despertarse con los pajaritos". Sí reconocen algunos líderes que la gestión de sus propuestas es lenta. Cuatro años esperaron para ver la cubierta de la placa polideportiva.


San Sebastián de Palmitas: Urquitá
Casi a punto de dejar suelo de Medellín para entrar en el de San Jerónimo está la vereda Urquitá, que sufre de un mal que les opaca la belleza de su paisaje: el deterioro de la vía con tramos tan peligrosos que dejan menos del espacio normal para un carril.

Pagan peaje por la antigua Vía al Mar y por la nueva del Túnel de Occidente y su forma más común de transportarse es en mototaxi. Sus cerca de 800 habitantes cultivan café, plátano, tomate, arveja y flores exóticas, cuenta Alfredo González.

En la parte baja de Urquitá se sienten de Medellín, pero con el clima de San Jerónimo. Saúl Cano y Margarita Jaramillo, aseguran que se debe hacer algo con el desempleo. "Esta carretera, además de un riesgo, nos afectó toda la economía", dice Saúl que recibe un jornal diario.

Nidia Restrepo y su esposo van a su casa por un camino de trocha: media hora de subida por la montaña para llevar a su terreno con pocos vecinos. "Me demoro hasta medio año para bajar a la ciudad, porque me mareo en los buses y uno pierde la costumbre".

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