EL DEBATE SOBRE los controles a la rumba enfrenta a comerciantes, autoridades y residentes del municipio. El empleo, el esparcimiento, el turismo y el patrimonio están en juego.
El bullicio ya es notorio cuando, pasadas las 11:00 p.m., dos chivas anuncian a todo parlante su entrada en el parque principal. Pero es un fin de semana calmado, según cuentan quienes conocen; las lluvias y el mal estado de la carretera han desanimado a muchos turistas. Algo lamentable para los comerciantes, pero un descanso para autoridades y residentes de este pueblo con escasas noches de quietud.
Por decisión del alcalde encargado, Jorge Alberto Velásquez, los establecimientos comerciales deben suspender la música a la 1:30 y cerrar sus puertas a las 2:00 a.m. los fines de semana.
A la medianoche hay más gente afuera que dentro de los locales; algo que señala el propietario de un bar en el parque de La Chinca, uno de los sitios donde se concentra la vida nocturna. Alrededor de la plazoleta se parquean decenas de motos y sobre las jardineras, bancas y escalinatas se van vaciando botellas.
El dueño del sitio, que hasta hace un mes contaba con tres empleados, esta noche hace sonar la música, limpia las mesas y lleva un par de cervezas. Cuando la quietud del negocio lo permite, dispone más sillas en la acera, buscando en vano atraer a la concurrencia.
"Estamos cumpliendo con los horarios, el volumen, con no admitir menores de edad. Pero el control también debe ser afuera. Esto nos está afectando y de esto vivimos muchas personas", señaló el comerciante que pidió la reserva de su nombre.
El Palacio Arzobispal domina un costado del parque, mientras que el sonido estridente que sale de un vehículo estacionado con las puertas abiertas, apenas compite con la música de varios locales. El aire cálido sostiene un hedor a berrinche y marihuana. Desde la esquina, frente a la Iglesia de Santa Bárbara cuatro canciones se confunden en una mezcla que reta el oído para seguir una sola.
El paso de una patrulla de la Policía, indica la hora de irse a dormir para los encargados de los negocios, que desisten de la esperanza de unos billetes más en sus cajas registradoras y cierran puertas y ventanas. Pero muchos continúan la rumba en la calle, alrededor de sus carros; un rato más aquí o en el parque principal.
"El Plan de Ordenamiento Territorial, que está a punto de ser aprobado erradicaría esos establecimientos de allí. Los llevaríamos a una zona que está por definirse, donde debe haber discotecas, pero que no afecten a todos los demás ciudadanos", señaló Alonso Monsalve, alcalde cívico de Santa Fe de Antioquia.
Pero el debate por el ruido no se queda en la zona urbana, puesto que muchas de las fiestas que se extienden hasta el amanecer se dan en fincas de recreo.
"Pasa la noche y amanecen con el mismo pum pum, y no hacen caso ni siquiera a la Policía", dice Lola Nanclares, presidente de la junta de acción comunal de la vereda El Espinal. Al atardecer el ritmo marcado por percusión electrónica reemplaza a los grillos que antaño daban el concierto.
"Parece que tocaran en la huerta de uno", se queja. "Es que está bien que hagan sus fiestas, pero deben entender que aquí vivimos gente del campo que nos levantamos mañana a trabajar", agrega Lola, una de las residentes más antiguas de la vereda.
Contexto
Hay sanciones, pero también propuestas
A la Policía llegan muchas de las quejas de la ciudadanía alrededor de la actividad nocturna. El subteniente Fabián Castiblanco, comandante de la estación policial considera de gran utilidad que se instalen baños públicos en el parque de La Chinca, donde no existen a pesar de la concurrencia que allí se concentra. Así mismo, propone que la institución pueda tener funciones de Tránsito en el municipio, para ejercer control de la ocupación del espacio público por los vehículos. El subteniente Castiblanco destaca que en el último trimestre han sellado cuatro negocios por incumplir normas de funcionamiento. De igual manera reporta 38 capturas en el mismo periodo por microtráfico. En cuanto al ruido excesivo, señaló que esperan los resultados de las mediciones que ha realizado Corantioquia. Sin embargo, reconoció que hay dificultades en cuanto al control de las fiestas en fincas, puesto que muchas veces los responsables ni siquiera atienden al llamado de las autoridades, argumentando que no escuchan cuando las autoridades los visitan.