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Carlos no quiere vivir en la casa de trapo y barro

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EN UN RANCHO lleno de rotos, con piso de barro y sin siquiera servicio de agua, vive este campesino que un día salió desplazado de Urrao. Le dieron una casa prefabricada en Medellín pero le falta la losa para instalarla.
Cuando llegaron ese día los paramilitares a quemar las casas y lanzar insultos y amenazas a diestra y siniestra, a Luz Dery Moreno y Carlos Herrera no les quedó más que salir volados. De no haberlo hecho, ellos y su niña Yali Cristina, aún de brazos, tal vez no estarían en la tierra para relatar esta historia.

Sucedió en una vereda de Urrao -no dicen cuál- en alguna fecha de 2005 y el hecho marcó el destino de esta pareja que, recién unida por el amor, sólo abrigaba un sueño: "hacer un hogar juntos con nuestros hijos", dice Luz Dery, seis años después y metida en un rancho formado con estacas y paredes de plásticos y viejas cobijas de lana, en la última loma del barrio Manrique La Cruz.

Allí están hace un año, pues en su huida cayeron a Betulia, donde los padres de Luz Dery, pero la pobreza de éstos no dio para alimentar más bocas y entonces la familia emprendió camino a Medellín.

Un aterrizaje traumático, como quiera que llegaron sin nada y con la angustia como compañera de camino.

"Un señor que nos trajo a un morro por aquí, pero el padre Albeiro nos sacó porque era peligroso para los niños", recuerda la mujer.

Habían pasado cinco años desde su huida de Urrao y ya, además de Yali Cristina, tenían a Johan Estiven y Valentina. Un clan que se ahogaba en miseria y desesperanza.

Siembra de miseria
Pero en medio de semejantes angustias apareció el padre Albeiro -no recuerdan el apellido-, el párroco de La Cruz, que les donó un terreno y les ayudó a levantar el rancho en el que viven ahora.

Un refugio sin servicio de agua, sin paredes, con piso de barro que arruma necesidades y que retrata de manera patética el drama de los desplazados que llegan a esta Medellín del progreso.

No hay nada allí. Tres vetustas camas de hierro y madera, con colchones en los que deben haber dormido varias generaciones de las familias que se los donaron.

Un televisor de perillas, una grabadora que ya es sólo radio y un fogón de gas, conforman el patrimonio de esta humilde familia, cuyo padre se rebusca como constructor.

De esos apretujes quieren salir. Tener un techo digno para su existencia. Y de la mano de una fundación les llegó una casa prefabricada.

La pareja la debe instalar sobre una losa firme que la aguante y no se las vaya a tumbar, pues aunque el terreno es estable y tiene escrituras, está en medio de una montaña y con semejante invierno "nunca se sabe".

Carlos pide que una mano solidaria -o varias- le ayuden con la losa, pues escasamente gana para el alimento.

"Vivíamos bien como agregados (mayordomos) de una finca, pero la violencia nos sacó", se lamenta Carlos.

Él no quiere mojarse más con sus hijos cada que llueve ni sentir morirse de frío junto a ellos. Lo único que queda es la solidaridad para montar la casita y empezar un 2012 lleno de esperanzas.

El padre Albeiro ya no está para tenderles la mano. Y la prefabricada sigue ahí esperando albergar a esta familia víctima de la violencia... violencia ciega que sólo sirve para sembrar miseria. Informes 311 327 85 50.
Contexto
Desplazados agravan déficit habitacional
Según datos de Planeación Municipal revelados en la Mesa de trabajo sobre vivienda y hábitat en Medellín en un foro realizado en las instalaciones de este diario, entre 2000 y 2009 a Medellín llegaron 160.203 desplazados. De ese total, el 27 por ciento tuvo como origen la subregión del Oriente del departamento; el 13 por ciento emigró de Urabá y el 11 por ciento de la zona Occidente, sumando entre las tres más de la mitad de los desarraigados. Urrao pertenece al Occidente.

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