Un periodista de El Colombiano pasó la noche en una casa del sector. Así le fue.
Maldita primavera, Mataron a Lucio Vásquez y Oye traicionera, retumban en la cama de Jaime Jaramillo y lo someten al suplicio de no poder dormir en paz. Jaramillo es vecino de un negocio de rumba de la Avenida 33.
Pasar la noche en la casa de este hombre que debe levantarse temprano a trabajar, es probar la falta de convivencia con su entorno. El ruido no deja conversar ni ver televisión.
La noche avanza, se reduce el tráfico de vehículos y el ruido de los negocios vecinos se dispara. Y cuando el licor se sube a la cabeza de la clientela, todo retumba: cantantes aficionados, gritos, aplausos.
"Otra vez Maldita primavera", dice el hombre que de jueves a sábados y domingos de puente intenta dormir entre la rumba.
Y cuando hay música en vivo, dice, la situación sí que se complica, porque los amplificadores hacen retumbar su apartamento, eso sin contar con los olores de comidas que salen de los negocios.
Jaime llegó hace 20 años. Aunque la 33 ya era una vía de alto tráfico, el barrio era silencioso, seguro y habitado por familias. De un momento a otro el Municipio cambió el uso del suelo y de zona residencial pasó a mixta: primero cafeterías que buscaban clientela en las clínicas, después discotecas y hasta prostíbulos. Y también carteles de "se vende" en las viviendas.
Jaime vio partir a sus vecinos, entre ellos, la familia propietaria de la casa aledaña. Su dueño la tuvo que vender para negocio, porque el ruido lo desplazó. Así empezó, hace unos seis años el suplicio de Jaime.
Hoy no le quedan vecinos. Quedan el conductor que al estacionar tapó su garaje o los jóvenes que se sientan contra sus ventanas a fumar marihuana.
"¿Dónde está la igualdad de derechos? ¿Dueños, trabajadores y clientes de esos negocios no madrugan a trabajar? Si a ellos no los dejaran dormir también estarían reclamando", dijo.
A las 3:00 a.m. el comercio cierra sus puertas, pero no llega la calma. Hay clientes que se quedan en la acera hablando con el volumen que da el trago que llevan encima. Y se suman los decibeles de los equipos de sonido de sus carros, de los que cruzan la 33 y de los piques de motos. Jaime sigue intentando dormir, ayudado con música ambiental y un ventilador. La levantada es a las 6:00.
Mientras eso ocurre jueves, viernes, sábados y algunos domingos, corre el plazo dado por el Juzgado 30 Administrativo de Antioquia para que la Alcaldía tome medidas que garanticen los derechos de los residentes al medio ambiente sano, al espacio público y a la seguridad.
ES CUESTIÓN DE CONVIVENCIA
Maldita primavera, Mataron a Lucio Vásquez y Oye traicionera, retumban en la cama de Jaime Jaramillo y lo someten al suplicio de no poder dormir en paz. Jaramillo es vecino de un negocio de rumba de la Avenida 33.
Pasar la noche en la casa de este hombre que debe levantarse temprano a trabajar, es probar la falta de convivencia con su entorno. El ruido no deja conversar ni ver televisión.
La noche avanza, se reduce el tráfico de vehículos y el ruido de los negocios vecinos se dispara. Y cuando el licor se sube a la cabeza de la clientela, todo retumba: cantantes aficionados, gritos, aplausos.
"Otra vez Maldita primavera", dice el hombre que de jueves a sábados y domingos de puente intenta dormir entre la rumba.
Y cuando hay música en vivo, dice, la situación sí que se complica, porque los amplificadores hacen retumbar su apartamento, eso sin contar con los olores de comidas que salen de los negocios.
Jaime llegó hace 20 años. Aunque la 33 ya era una vía de alto tráfico, el barrio era silencioso, seguro y habitado por familias. De un momento a otro el Municipio cambió el uso del suelo y de zona residencial pasó a mixta: primero cafeterías que buscaban clientela en las clínicas, después discotecas y hasta prostíbulos. Y también carteles de "se vende" en las viviendas.
Jaime vio partir a sus vecinos, entre ellos, la familia propietaria de la casa aledaña. Su dueño la tuvo que vender para negocio, porque el ruido lo desplazó. Así empezó, hace unos seis años el suplicio de Jaime.
Hoy no le quedan vecinos. Quedan el conductor que al estacionar tapó su garaje o los jóvenes que se sientan contra sus ventanas a fumar marihuana.
"¿Dónde está la igualdad de derechos? ¿Dueños, trabajadores y clientes de esos negocios no madrugan a trabajar? Si a ellos no los dejaran dormir también estarían reclamando", dijo.
A las 3:00 a.m. el comercio cierra sus puertas, pero no llega la calma. Hay clientes que se quedan en la acera hablando con el volumen que da el trago que llevan encima. Y se suman los decibeles de los equipos de sonido de sus carros, de los que cruzan la 33 y de los piques de motos. Jaime sigue intentando dormir, ayudado con música ambiental y un ventilador. La levantada es a las 6:00.
Mientras eso ocurre jueves, viernes, sábados y algunos domingos, corre el plazo dado por el Juzgado 30 Administrativo de Antioquia para que la Alcaldía tome medidas que garanticen los derechos de los residentes al medio ambiente sano, al espacio público y a la seguridad.
ES CUESTIÓN DE CONVIVENCIA
JORGE MEJÍA MARTÍNEZ
Secretario de Gobierno de Medellín
El volumen y el ruido que hacen los clientes se pueden controlar. Hay equipos y elementos especiales que no dejan aumentar decibeles y se pueden insonorizar. Los dueños deben respetar a las personas que viven en el sector".
JUAN CARLOS FLÓREZ
Asoc. de comerciantes de la 33
"La gente comenta sobre el ruido, pero no da a conocer cuáles negocios lo generan. Sería muy bueno que denunciaran con nombres, para tomar correctivos. Las autoridades deben ubicar y sancionar a quien viola las normas".