No es cierto que en las cárceles de Colombia no pueda haber ningún compatriota mayor de 65 años pagando una pena. Tres viejos nos cuentan los dolores de su vida entre rejas.
A la misma hora que Víctor Domingo Prieto Agudelo se queja de un dolor muy fuerte que mantiene en su pómulo derecho, José Alfonso Ciro Quintero está que se revienta de un dolor de cabeza que prácticamente no lo deja tener vida, mientras Camel de Jesús González ya no aguanta la hinchazón en sus pies, que viene acompañada de unas punzadas que casi hasta le impiden caminar.
Si fueran solo sus enfermedades, nada tendrían de particular sus vidas, pues al fin y al cabo ni se conocen y ninguno de los tres sabe de la existencia de los otros. A sus vidas las enlazan otras cosas peores: son viejos, sus edades las delatan sus cabellos canos, experimentan cada uno a su modo lo terrible que es la soledad y el abandono, y el destino los aventó a lo que jamás imaginaron que les pasaría cuando ancianos: a una cárcel.
Víctor está en La Modelo. José, en Bellavista y Camel de Jesús, en la de máxima seguridad de Itagüí. Son tres de los reos más viejos de Colombia.
Sería imposible decir a cuál de estos hombres la prisión le está pesando más, pero los tres parecen tener clara una cosa: a sus edades creen que no deberían estar tras las rejas y se sienten inocentes y condenados "injustamente" por un aparato judicial que no miró sus endebles condiciones para sentenciarlos a la oscuridad... al encierro.
Todo por unas fotos...
Si le tocara pagar enterita su condena, Víctor Domingo Prieto saldría de prisión más o menos en diciembre de 2019. Para ese entonces tendrá -si Dios lo permite- 96 años y quién sabe si una vida por delante. Este viejo de piel morena y muy endeble figura, de 1,62 de estatura, fue sentenciado en diciembre de 2009 a diez años de encierro. Los purga en la cárcel nacional La Modelo, de Bogotá, donde es uno de los reclusos más veteranos. A nadie tenía cuando lo encanaron. Nadie, entonces, espera con ansias su salida de prisión y por eso este hombre que dice haber luchado y trabajado toda su vida honradamente, está hundido en depresión. Su vida en la celda es un eterno llanto, no siempre en lágrimas, claro, pero sí con una congoja interior que ni dictándoles clases a presos analfabetos ha podido ahuyentar.
- Me la paso como un ánima sola, de allá para acá en el patio, soy una víctima de la crueldad-, dice Víctor, nacido el 24 de diciembre de 1923 en La Quinta, Tolima.
El celular devuelto
El último drama para este hombre empezó en febrero de 2009, cuando, según su relato, de su habitación le fue robado un teléfono celular. Del hecho, él acusó a una mujer y a su hija o nieta (no sabe con exactitud el parentesco) y las cosas se quedaron así hasta que el teléfono le fue devuelto en mayo, afirma él.
Y cuando todo parecía resuelto y su vida transcurría tranquila, vino el episodio que habría de enviarlo a prisión.
-Eran entre las 6:00 y 7:00 de la noche del 1 de julio de 2009, cuando se me metieron dos policías a mi dormitorio, yo ya estaba en la cama. Ellos me requisaron, esculcaron todo y me quitaron el celular que me había devuelto esa señora. Yo no sabía manejar ese teléfono, solo para contestar, qué iba a saber que ahí había fotos de pornografía de esa niña, fue un montaje que me hicieron...
Según lo que dice Víctor, al instante fue llevado a una inspección de Paloquemao y dos días después ya estaba en La Modelo, una de las cárceles más agitadas y con más presos de Colombia: algo así como 7.300 en total.
Mi hijo ni sabe
Argumenta que a su edad le era imposible saber manipular un celular y menos para tomar fotos. Añade que la jovencita a la que supuestamente él le había tomado las fotografías, una niña de 13 años, le había contado que mantenía relaciones sexuales con su novio y que jamás tuvo un contacto con ella como para haberla fotografiado.
Sostiene que después vino lo peor para él: tuvo un abogado de oficio que no hizo mucho por defenderlo y que lo más sabio que se le ocurrió fue pedirle que se declarara culpable para que le metieran solo la mitad de la pena.
-Pero qué iba yo a confesar un delito que no cometí, yo mismo no me iba a hundir el cuchillo, y por mi dignidad preferí aceptar la pena completa.
Para reafirmar su certeza de que fue condenado "injustamente", se sostiene en otra afirmación:
-Si me dieran otra oportunidad y la condición fuera que confesara que hice eso, diría que no... yo no puedo aceptar un delito que no cometí.
En esas circunstancias, todo parece indicar que Víctor pasará la última etapa de su vida en la cárcel. Un lugar al que nunca imaginó llegar y menos en sus años seniles. Allí entró de 57 kilos y ya pesa 50. Allí ingresó con sus dos ojos buenos y ya prácticamente los perdió los dos. El derecho totalmente, porque un día un preso muy joven le asestó un golpe contundente en su rostro y además de dejarle como marca un dolor eterno en la región parietal, le quitó la visión. El izquierdo, tal vez por reflejo del derecho o por ir acompasado con la nubosa vida interior de Víctor, se le fue apagando y ya le muestra muy poco de la vida.
De la basura
Con 88 años, ya no es el mismo Víctor que a los tres años sus padres abandonaron en un basurero de Bogotá, de donde fue recogido por unas monjas que lo criaron y le dieron protección hasta los 13 años, cuando ya quedó en las calles sobreviviendo y resbuscándose la vida como Dios le ayudara, reparando artículos eléctricos.
Convencido de su honradez y honestidad a toda prueba, sabe que ya nadie lo espera, pues su único hijo está viviendo en Venezuela y no sabe que él está en prisión.
-Y no quiero que sepa, él no tiene por qué cargar con esta pena que yo llevo...
Cuando lo dice, estalla el llanto. Llora como un niño. Subraya que de su esposa no sabe nada y que cuando salga de la cárcel seguirá trabajando para sobrevivir como siempre: con dignidad y sacrificio.
Si nadie se apiada de su caso ni se pide una revisión teniendo en cuenta su condición de ancianidad y miseria, Víctor Domingo abandonará La Modelo a los 96 años.
La foto a la salida lo mostrará andando lento, pausado, más canoso, yo diría que totalmente ciego y con muy poquitas ganas de vivir. Las fotos del celular, para entonces, serán sólo un recuerdo. Para el caso, ya ni existen. Y si así fuera, Víctor ciego ya ni podrá mirarlas, si es que alguna vez las tomó o las observó. Porque así es la vida...
MI PERCEPCIÓN
ENTRE LA VERGÜENZA Y LA DIGNIDAD
Aunque Víctor, Camel y José se sienten víctimas de un sistema judicial que los condenó injustamente, en el fondo también experimentan la vergüenza de ser ancianos, sobre todo Víctor y José, una edad en la que deberían estar disfrutando de la serenidad que dan los años. Se les nota también un aire de dignidad, pues mantienen alejadas de sus dramas a sus propias familias.
ANTECEDENTES
HAY EXCEPCIONES A LA NORMA
El abogado penalista Hernando Elí Grisales García explica que aunque la Ley 906 estipula que una persona mayor de 65 años, si está presa, puede terminar de pagar su condena en casa, hay excepciones. El cumplimiento no es imperativo ni de forzosa aplicación. Esto depende de tres factores: la discrecionalidad del juez de ejecución de penas. La naturaleza del delito: tratándose delitos sexuales no opera ningún beneficio, y si la víctima es menor de edad se paga el delito completo sin rebaja. Tampoco aplica para delitos de lesa humanidad, como el secuestro extorsivo. Y cuando se puede aplicar el código no es que se dé la libertad, se cambia la prisión intramural por la domiciliaria.