MÁS DE 160 voluntarios y "civilitos" conforman el equipo de la Defensa Civil del municipio de Itagüí. No hay retribución económica y sí mucho esfuerzo físico y mental, pero creen que hay que servir a la sociedad.
En la sede de los bomberos, los integrantes de la Defensa Civil de Itagüí hacen simulacros con cuerdas para evacuar heridos. Practican para estar preparados: a donde los llaman acuden porque esa es parte de su misión, ayudar, proteger y prevenir.
Son unos "regalados". Y se ríe un poco Alonso Monsalve cuando lo dice. Donan su tiempo, su trabajo y hasta su propio dinero con el que consiguen las herramientas que necesitan, los uniformes anaranjados ya tradicionales y hasta el transporte para llegar a los desastres. Es normal verlos llegar en taxi que sale de sus propios bolsillos.
Eso de trabajar con las uñas no los desmotiva, porque se le midieron a una labor voluntaria, que no tiene otra explicación sino su deseo de servir. En el grupo de Itagüí hay 106 voluntarios entre los 15 y los 40 años, en promedio, y 56 niños que son "civilitos".
Saben técnicas de rescate, primeros auxilios, se meten en la tierra con picos y palas para salvar vidas, evacuan, cargan y corren, pero, sobre todo, cuenta Yeni Restrepo, la jefa de capacitación, les transmiten a sus integrantes un "sentimiento".
Creen que si las emergencias no se atienden de forma humana, no hay un real sentido de su trabajo. No se trata de llorar con los afectados, sino de ponerle el corazón a ese servicio. "A ese ser que atendemos, lo esperan en su casa. Si no le pusieran alma, los nuestros no serían unos buenos rescatistas".
Intensa preparación
Están disponibles las 24 horas del día y hacen parte de una red departamental dinámica: con un llamado empiezan a mover su presencia.
Deslizamientos, inundaciones, erosiones y movimientos en masa están en su lista, pero también adelantan actividades de acción social, medio ambiente y ayuda humanitaria. A la capacitación base, que puede llevar entre dos y tres meses, le siguen otros cursos especializados: rescate vertical, acuático, helicoportado y vehicular, entre otros.
Jorge Betancur lleva 11 años en el equipo. Ha estado en los desastres de La Gabriela y de la mina de Amagá y reconoce que son episodios que marcaron su existencia. "La Defensa Civil no tiene barreras ni jurisdicción, vamos a donde nos necesiten".
Da susto enfrentarse a la tragedia, a tener una vida entre manos, pero cree Alonso Monsalve que por eso practican y se cualifican y "el trabajo voluntario lo lleva a uno a hacer cosas que pensaba que no podía".
Las jornadas se extienden y muchos llegan trasnochados a trabajar o a estudiar. No comen bien pues lo primordial es su labor y le arañan horas a sus actividades cotidianas para prepararse y atender los llamados, por eso les duele que muchos aún no valoren lo que hacen o que las administraciones municipales no los apoyen de una manera más decidida.
Andrés Ríos y Camila Botero, de los más jóvenes con 18 y 16 años, están convencidos de que estar en la Defensa Civil es una buena manera de ser solidarios y recuerdan una frase que los inspira: "Listos, en paz o emergencia".
Contexto
Llevan alegría y sentido ambiental
Jonathan Villegas, vicepresidente de la junta Itagüí de la Defensa Civil, confirma que los voluntarios también aportan desde sus profesiones. Él que es tecnólogo en agua potable y saneamiento apoya las actividades de gestión ambiental, dentro de una labor de prevención.
Un 60 por ciento de los integrantes trabaja casi a tiempo completo en sus empleos, pero a veces cuando una emergencia lo amerita piden permiso, madrugan o trasnochan. Los demás, estudian o sí se dedican de lleno a la Defensa Civil.
En diciembre llevaron regalos a comunidades necesitadas de Itagüí y apoyan también en eventos masivos.