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Los Muñoz tienen un tesoro de 100 años

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LA FAMILIA VIVE en el municipio de Campamento, en el norte de Antioquia, y de una forma muy curiosa se hizo a un ejemplar de la primera edición de nuestro periódico. La hoja está enmarcada y la cuidan como un tesoro.
En una casa vieja de Campamento, una casa centenaria también, está el primer ejemplar de EL COLOMBIANO. Colgada en un muro de la sala, muy bien enmarcada, está la página y casi como custodio de que no le pase nada, al frente tiene un cuadro de Jesús. El periódico está más bien cuidado que neonato en incubadora, como para poner un ejemplo.

"Me lo cuida como si fuera otro hijo suyo", le dijo Ramiro Muñoz a su madre, Isma Muñoz, y aunque ella ni sabía por qué su hijo le daba tanta importancia a "un cuadro ahí amarillento y sin ninguna gracia", de todos modos prefirió hacerle caso y le cumplió la voluntad.

Ocurrió veinte años atrás, cuando Ramiro se hizo al cuadro y aunque al principio ni le dio importancia, con el paso de los días descubrió que lo que tenía en su poder no era cualquier cosa sino algo valioso, casi un tesoro.

¡Y, entonces, le dio caché… Le asignó un lugar en la casa de su mamá, le abrió un espacio en su corazón y no hay día en el que no pregunte desde España, donde reside, que "¿qué hubo del Colombiano, sí me lo están cuidando bien?".

La página, que no estaba suelta sino enmarcada, se convirtió en un miembro más de los Muñoz Muñoz, una familia muy conocida en Campamento, en la que doña Isma es toda una matrona.

"Mi papá murió hace 17 años y a ella le tocó seguir lidiando sola con nosotros, que fuimos nueve hijos, pero ya murieron dos", relata Pedro, el menor de todos y quien se turna la vida entre Campamento y el pueblo vecino, Yarumal, donde trabaja como promotor de juventudes.

Isma sonríe con un poco de timidez cuando Pedro habla de ella y le destaca las virtudes. Se lleva las manos a la boca y ladea un poco la cabeza. Pero no lo desmiente.

Tiene cara de matrona, no hay duda. Es digamos alta, de tez blanca y de facciones finas. Con su cabello negro bien peinado y una mirada penetrante y fija, responde con pocas palabras, pero con claridad, las preguntas.

"¿El cuadro? ¡ay mijo…, viera la obsesión de ese muchacho (Ramiro) cada que llama, que ojo con EL COLOMBIANO, que si sí lo estoy cuidando, que si no lo he botado, que lo mantenga limpiecito, yo ni sé qué es la bobada de él con eso", repite Isma y confiesa que ni ella ni nadie en su casa, a excepción de Morelia, la hija que aún vive en Campamento, son lectores asiduos del matutino.

"Leemos la Biblia sí, sobre todo yo, mire mi casa y vea lo religiosos que somos", dice.

Miramos la casa
Y sí. Miramos. Si algo tiene esta vivienda son imágenes religiosas. La mayoría están concentradas en la pieza contigua a la sala, una habitación amplia, con tres camas cubiertas con tendidos blancos y saturadas de muñecos de peluche.

En los muros sobresalen cuadros del Corazón de Jesús, María Auxiliadora y crucifijos.

"Esta pieza la llaman el santuario", apunta Pedro. Isma dice que sí con un movimiento de cabeza.

La sala es más neutral. Con su juego de muebles, su florero y dos cuadros súper importantes: el del Corazón de Jesús y el de EL COLOMBIANO.

"EL COLOMBIANO lo mantengo limpio, porque mi hijo dice que el marco es muy bonito y fino y que es una joya", afirma Isma y se nota que no hay día en el que no lo sacuda y le limpie la más mínima gotita de polvo.

El ejemplar llegó a las manos de Ramiro de la forma más curiosa del mundo. Lo cuentan la matrona, su hija Morelia y Pedro.

Ramiro, por aquel entonces, vivía en Envigado. Y en pleno parque tenía una heladería llamada La Macarena, "que sigue ahí", aclara Pedro.

Cualquier día, a La Macarena llegó un habitante de la calle. Entró sudoroso y hambriento y con humildad le pidió a Ramiro "un desayunito". Ramiro, "que es muy caritativo", le dio gaseosa y pan y el indigente, en agradecimiento, le dio la "reliquia" y se marchó sin decir nada más.

Ramiro, curiosamente, no lo vio como reliquia, "le pareció muy lindo fue el marco", repite Morelia, y se lo llevó para la casa.

A decir verdad, es fácil descrestar a Ramiro, pues el marco de la página es de lo más sencillo: es el simple vidrio bordeado por láminas de madera pintadas de negro brillante y sin ninguna filigrana ni detalles especiales.

Pero así es la vida. O así es el gusto de Ramiro, que a los pocos días, tal vez porque alguien se lo dijo o porque miró la obra en detalle, cayó en la cuenta de que el valor de la "reliquia" estaba era adentro. Y decidió convertir el cuadro en toda una joya.

"Cuando se fue a España siempre me recomendó que trajera el cuadro para Campamento donde mi mamá. Yo no le veía la gracia, buscaba la noticia o algo interesante, pero no vi nada, de pronto la fecha", comenta Morelia, que se afanó en cuidar muy bien el cuadro hasta llevarlo al pueblo y entregárselo a la matrona.

Desde entonces, Isma cuida la obra como si se tratara de la más fina pieza de museo.

En su residencia, conocida como la "casa de las palmas", un inmueble construido en bahareque con ampliaciones en adobe y que fue una finca ganadera en el pasado, la siente segura y no sabe hasta cuándo la tendrá colgada frente al cuadro de Jesucristo.

"Tal vez nunca me voy a deshacer de él", dice, porque desde España hay un Ramiro haciendo fuerza para que no lo vaya a dejar perder.

Muy pocos, o tal vez nadie, tenga una pieza como esta. Y tal vez nadie sabrá nunca de dónde sacó el habitante de la calle el ejemplar, porque nadie sabe tampoco qué pasó con el tipo ni quién es.

Mañana, eso sí, la hojita cumple cien años. Y los Muñoz podrán, si quieren, sacar pecho en Campamento. Tienen el primer ejemplar de EL COLOMBIANO.

Esta casa periodística los felicita y les reitera que se siente orgullosa de que hayan cuidado la página con esmero. De que le tengan un altar en la casa. Que a pesar de "viejito" no lo han tirado para el cuarto del olvido y que le tienen reservado un rinconcito en cada uno de sus corazones.
Contexto
Una historia que nos llena de orgullo
En los documentos que cuentan la historia de EL COLOMBIANO se afirma que este diario fue fundado el 6 de febrero de 1912 por Francisco de Paula Pérez, con un capital de trescientos pesos y con el objetivo de servir a la causa conservadora, mas no como un apoyo incondicional a los partidos políticos.

Pérez nació el 7 de mayo de 1891 y murió en febrero 8 de 1976. Su visión empresarial para fundar esta compañía afloró a los 21 años. Al bautizarlo EL COLOMBIANO, cuenta la historia, Francisco de Paula quería rescatar el nombre y el ideal de un viejo diario desaparecido en la Guerra de los Mil Días, el cual pretendía la unidad nacional.

De la primera edición, que vio la luz el 6 de febrero, se sacaron sólo 400 ejemplares en tamaño tabloide hechos en una prensa Chandler. Ese primer día fue solo una hoja. En el primer lado o portada había sólo publicidad. El anverso incluyó un editorial titulado Empezamos, donde se explica la filosofía y la orientación del periódico, y unas cinco noticias, la mayoría políticas.

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